Se trata de la conmovedora historia de unas mujeres que encontraron en la escritura y en la amistad la suficiente fuerza para poder creer en ellas mismas.
Como decía Virginia Woolf: con la ayuda que nos ofrecen cartas y memorias comenzamos a entender cómo es de extraño el esfuerzo que se precisa realizar para producir una obra de arte y qué protección y cuánto apoyo necesita la mente de los artistas para llevar a cabo su obra.
Hubo un momento en España en el que todo parecía posible para las mujeres: estudiar, salir de sus casas, tejer hilos de amistad y plantar una pequeña semilla que, a pesar de la guerra y la posguerra, germinó en poemas, libros y cartas.Una historia que transcurrió en entornos como la Residencia de Señoritas o el Lyceum Club Femenino, que seguiría a menudo en el exilio y que entrelazaba las vidas de mujeres sin perder jamás el hilo conductor entre ellas.
Carmen García de la Cueva ha rastreado las huellas de quienes, mucho antes que ella, encontraron en la voz y el amor de otras el impulso necesario para creer en ellas mismas. De Emilia Pardo Bazán a Carmen Martín Gaite, de María de Lejárraga a Elena Fortún y Carmen Laforet...
Por su parte, Ana Jarén ha creado la atomósfera perfecta para un hermoso relato de sororidad (hermandad) y creación. Sus escenas son un refugio para tiempos inciertos, un momento de relax en un mundo que ya nunca se relaja, un rato de improductividad en plena sociedad del rendimiento, un instante de silencio en vidas (físicas y digitales) ahogadas en el ruido.
Es injusto y preocupante que escritoras como Carmen Baroja, María de Maeztu, Victoria Kent, Marisol Dorao y otras muchas que deberían estar presentes en la literatura universal, formar parte del subconsciente colectivo con su forma de ver el mundo, su peculiar manera de estar en él y de interpretarlo, todavía sigan siendo grandes desconocidas.
Ha llegado el momento de que hombres y mujeres seamos conscientes de ese vacío y salvemos la circunstancia, pues de lo contrario estaremos privando al acervo cultural colectivo de una enorme riqueza que quizá no se recupere jamás.
No olvidemos que un buen tejido, para ser resistente, debe ser suave y flexible. Adoptemos roles que no nos perjudiquen por su rigidez, demos importancia a la sensibilidad y no a la sensiblería, atrevámonos a ser auténticas y avancemos con coraje, pues se lo debemos a quienes nos precedieron y fueron valientes para hacerlo y a quienes nos siguen, pues también necesitan tener sus referentes.